Tanto en esta
entrada como en las siguientes en las que se tratará el tema de los disruptores
hormonales, vais a ver entre paréntesis citas bibliográficas. Las reseñas las
encontraréis, con los detalles correspondientes de publicación, en un apartado
final de bibliografía para cada una de las entradas.
Llevo unas semanas absorbido por
la lectura de artículos científicos sobre los disruptores hormonales y el
magnífico libro Libérate de tóxicos
de Nicolás Olea.
Ciertamente, en parte importante la
ciencia actual está envuelta y arropada en un manto de conservadorismo y para
la que está cayendo pocos científicos hay que abran camino investigando y
publicando contenidos en revistas científicas que son altamente impertinentes para
los intereses económicos del sector industrial. Cuando un reputado investigador
opta además por hacer accesible el conocimiento científico “conflictivo” a la
población en general y lo divulga, y además este es alarmante para la
población, no queda otra salida que reconocer su valentía y su entrega al bienestar
colectivo. Tengamos en cuenta que hoy en día para investigar se requieren
muchos fondos económicos (privados y/o públicos) y le será más fácil tener
puertas abiertas a aquel que es “amable” para con ciertos intereses…y recibirá, por
supuesto, muchas menos pedradas desde varios frentes, entre ellos el formado por algunos de sus colegas de profesión.
Papalou et al. (2019) acaban su gran trabajo de revisión del efecto de los
disruptores hormonales sobre la salud mencionando que la sociedad científica
debiera familiarizar a los ciudadanos con los efectos perjudiciales de las
sustancias químicas que actúan como disruptores hormonales, y que esta tarea
debería ser el enfoque primario de la comunidad científica.
Hablando claro, que
los científicos tendrían que desempeñar un trabajo de divulgación social de los
peligros de estos contaminantes.
No son muchos los que alcanzan un nivel de
compromiso e implicación tan destacado. A los políticos y los poderosos les
mola más que los científicos y sus descubrimientos “conflictivos” no asomen
demasiado fuera del círculo endogámico y pequeño de la ciencia.
Cabe entonces aplaudir a los que
dan ese paso extra y salen a la palestra a decir unas cuantas verdades incómodas,
por el bien de la mayoría, arriesgándose además a recibir ataques desde
diversas procedencias.
Libérate de
tóxicos es un viaje
necesario para cualquier ciudadano, necesario para su seguridad y la de sus
seres queridos. Un libro indispensable para descubrir el mundo que entre unos,
por desidia y cobardía, y otros, por el lucro, han llenado de amenazas para nuestra salud
que se empeñan en ocultarnos, amenazas a las que no quieren poner fin ni
enmendar los que tienen el poder de decisión.
A mí me ha asombrado enormemente
ver cuantos grandes poderes, cuantos grandes frentes de conflicto han quedado
“expuestos” por las investigaciones de Nicolás Olea y otros científicos. Puedo suponer que precio
han pagado; las repercusiones, obstáculos y sinsabores en su camino. Y la guinda
del pastel es que Olea no solo publique en medios científicos sobre estas historias
altamente conflictivas de forma reiterada desde hace años y años, sino que haya
participado en el intento de hacer cambiar las cosas mediante la interlocución con
cargos públicos o la intervención en diferentes estamentos.
Por eso, aún es más sorprendente
que toda esa larga y frustrante amalgama de experiencias y conocimiento, de encontrarse piedras en
el camino, lo comparta con todos nosotros en clave de denuncia social. Hay que
tener una determinación muy alta, un compromiso hacía su profesión, al servicio
público, muy por encima de lo que muchos podemos llegar a contemplar.
En cuanto a los contenidos que os
iré ofreciendo sobre los disruptores hormonales o endocrinos y los problemas de
salud asociados, el libro es todo un ejemplo que me ha inspirado en gran medida y que citaré a menudo.
He ampliado el panorama leyendo artículos científicos de otros investigadores
comprometidos en ser decentes para con la salud de todos, personas dispuestas a
luchar con bata blanca, probeta y ordenador contra las mil amenazas que planean
e imponen los Gigantes de nuestros tiempos.
Por eso, vais a ir viendo una
serie de entregas bajo el título de Los disruptores hormonales en Perro Verde
que espero os impacten tanto como a mí cuando iba leyendo cada uno de los
artículos y el libro de Olea. Además os prometo un desenlace, un final, apropiado para esta serie de contenidos.
¿Qué nos suena sobre los
disruptores hormonales?
La verdad es que conocía algo
sobre los disruptores hormonales desde hace años, del impacto de este tipo de
contaminantes tanto sobre las personas como sobre la biodiversidad. Quizá el
caso del insecticida DDT también os
suene a vosotros, ya que figura entre los más conocidos por los efectos en las personas y en las aves.
En lo que se refiere a las aves,
las rapaces, que siempre han gozado de un mayor impacto social, sufrieron
grandes declives poblacionales debido a que el DDT inhibía el metabolismo del
calcio. Esto provocaba que las cáscaras de los huevos fueran tan finas que se
rompieran mientras las aves los incubaban. El
halcón peregrino (Falco peregrinus),
el águila pescadora (Pandion haliaetus)
o el pigargo cabeciblanco (Haliaeetus
leucocephalus), el emblema USA por excelencia, fueron algunas de las
especies que sufrieron las consecuencias más graves. Tuvieron que ponerse
en marcha ambiciosos planes de recuperación dotados de colosales sumas de
dinero para salvar sus poblaciones. En Europa no fuimos inmunes a este gran
problema.
Sobre esta temática, para quién quiera informarse con propiedad, se
han publicado muchos artículos científicos que atestiguan el tremendo mazazo
que supuso el DDT para las aves rapaces.
Juvenil de
águila pescadora en una plataforma de nidificación instalada para apoyar las poblaciones
de la especie en USA. Llama la atención lo cerca que se pueden observar estos
nidos ocupados, desde zonas transitadas por personas regularmente…algo
impensable en la península Ibérica: alguien les lanzaría piedras, petardos, les
dispararía, o cortaría el poste, o cruzaría a nado hasta el nido haciendo
fracasar la incubación, o haría sonar el claxon para que el águila volase y
poder tirar una foto “bonita”...pobrecicos los gañanes.
La historia de la prohibición del
DDT fue épica. Tuvo que ser una valiente estadounidense, Rachel Carlson, quién publicara en el año 1962 su libro Primavera silenciosa, destapara a lo
grande (otro libro dirigido al gran público) y señalara al DDT como amenaza rotunda para la naturaleza y la vida
humana. Lógicamente, como en tantas otras batallas, el bando con intereses
económicos en el DDT no se estuvo quieto y Rachel fue machacada. Habían estado
publicitando el DDT como producto inocuo, utilizando imágenes en las que
aparecían personas que se rociaban literalmente con ese elixir lleno de
virtudes para acabar con los parásitos (mosquitos por ejemplo) y se recomendaba
tanto para fuera del hogar como para el interior.
Uso del DDT
durante la II Guerra Mundial. Fotografías extraídas de Gamboa Fuentes (2014)
quién a su vez recurrió a la fuente Centers of Disease Control and Prevention
(EE. UU.).
Os podéis hacer una idea del
calibre de las ganancias del DDT ya que fue un producto que lo estuvo petando a
nivel mundial por todo lo alto. Afortunadamente, tras la dura batalla de una
década desencadenada por el libro de Rachel Carson, el uso del DDT se prohibió
en USA. Y desafortunadamente, aún décadas después, persiste todavía el rastro
del DDT en animales y personas, como algo que habría de hacernos recordar esa
historia, provocar una reflexión y un cambio, y dejar atrás las conductas irreflexivas
que nos llevan a un precipicio quizá irreversible...el problema hoy en día es muchísimo mayor, como os iré explicando.
La especie humana me recuerda al
protagonista de aquella película de los hermanos Coen, Fargo. En la peli, el protagonista trata de solucionar un problema
adoptando decisiones que ocasionan que se vea envuelto en una situación cada
vez peor, la va cagando cada vez más y más…la ciencia (no toda la ciencia se dedica a la benignidad) inventa productos para
paliar un problema y mejorar nuestra vida “teóricamente”, y el remedio se
convierte en una pesadilla peor, duradera y además nos deja sin opciones para
salir de ella.
Las paradojas de la vida pudieran hacer posible que una misma empresa venda unos químicos que acaben produciéndonos enfermedades que la misma empresa aproveche a través de la venta de unos remedios que no sirven para curar esos males.
El caso es que mientras más leía sobre
los disruptores hormonales estas semanas, más me indignaba, y de fondo la
pesadilla del Coronavirus (COVID-19)
iba cogiendo volumen. Veo las cifras de impacto de este virus sobre la
población, la mortalidad, y medito sobre las medidas globales que se están
adoptando. Me pregunto ¿Cómo es posible
que los políticos y otros colectivos hayan actuado con esta contundencia y con
tanta velocidad con un problema de salud reciente y, en cambio, con los
disruptores hormonales lleven décadas con una actitud de desidia casi absoluta?
Pongo un solo ejemplo del
tremendo drama asociado a los contaminantes:
MEDIO MILLÓN DE MUJERES SUFRIERON
CÁNCER DE MAMA EN ESPAÑA DURANTE LOS ÚLTIMOS 20 AÑOS (Olea 2019).
No discuto si se hace bien o no
en cuanto a las medidas para gestionar el problema del Coronavirus (COVID-19). Espero que no me malinterpretéis, la cosa no va por aquí. Mí crítica
tiene otro sentido que iréis viendo a medida que leáis los diferentes capítulos de esta serie de entradas.
El transfondo potencial en el que no quiero pensar demasiado es que con el COVID-19 las farmacéuticas
y laboratorios puedan tener una oportunidad de negocio no despreciable sin que
existan repercusiones de conflictos con grandes intereses económicos. Ahora bien, atajar el
tema de los disruptores es exponerse a entrar en un conflicto importante con
enemigos que nadie querría tener.
Hace unas semanas leí una noticia
cacareada en un despliegue importante de atención por parte de los medios de
información. Me cabreó bastante el enfoque, el tratamiento de todo ese gran y
complejo tema de salud.
¡Cuanto interés en enredar a la gente!
Así que en respuesta, me propuse darle al asunto la luz
que merece y contar lo que no quieren contar los pregoneros y tampoco quieren que se cuente los dueños de todo.
Me he propuesto divulgar sobre
parte de lo que se conoce acerca de los disruptores hormonales en relación a
ese problema de salud del que hablaban los periódicos y de paso también mencionar otros, sobre el gran tamaño de la amenaza a la exposición a estos contaminantes y su impacto
en la salud y la vida, basado todo ello en las evidencias científicas y la gran
guerra que algunos investigadores comprometidos y valientes (algunos desde hace
décadas) están librando de una manera sorda…no por qué no merezcan la atención
diaria de los medios de información y los políticos.
Voy a dedicar varias entradas en
este blog a difundir esta amplia temática, leed hasta el final y creo que os
daréis cuenta de a donde quiero llegar. La temática es muy extensa y los
problemas de salud con los que se ha asociado van a exceder los contenidos que
voy a colgar. Mí humilde intención es situaros en el escenario, que os hagáis
una idea de que todo lo que está pasando.
El nivel de prevalencia actual de muchas enfermedades emergentes no es normal, ni nunca lo ha sido.
En Perro Verde encontraréis a lo
largo de las próximas semanas la parte de la historia que no se suele divulgar
fuera del círculo endogámico de la ciencia, la que raramente aparece fuera de
las revistas científicas especializadas. La diabetes, la obesidad, los problemas
coronarios, las enfermedades intestinales inflamatorias, los problemas de
tiroides, el cáncer, etc.
¿Las causas?
Os prometo también unas
reflexiones sobre los síndromes de sensibilización central (fatiga crónica,
fibromialgia, sensibilidad química múltiple).
No obstante, antes de pasar a
profundizar sobre los disruptores hormonales, conviene saber que son las
hormonas. Los disruptores hormonales os lo presentaré en el próximo capítulo.
Las hormonas
La mayoría de la población ha
oído hablar de ellas pero desconoce la enorme importancia que tienen para el
funcionamiento de nuestro cuerpo.
El cuerpo humano es un organismo
formado por infinidad de células que mantienen una cierta “independencia” entre
sí. Uno podría imaginar que el caos en ese organismo sería una posibilidad bien
lógica, y en cambio, hay una armonía, funciona, ya que todas esas células desempeñan
multitud de funciones en un equilibrio y sincronía ajustada casi a la
perfección.
El cuerpo humano (y el de los
animales) es como una gran orquesta filarmónica que para tocar una melodía que
suene bien necesita una partitura que seguir y un buen director pautando a los
diferentes músicos.
A groso modo, las hormonas serían
como parte de la partitura y el director al mismo tiempo.
Las hormonas evitan el caos y lo armonizan,
son los mensajeros químicos que llegan a cualquier rincón (tejidos y órganos)
utilizando las carreteras, autovías y autopistas (la sangre) e imparten las
órdenes necesarias (estímulos) en el momento y lugar que toca. Intervienen en
la regulación de:
- El crecimiento y desarrollo del cuerpo (tejidos, órganos, músculos, sistema nervioso e inmunitario)
- El metabolismo
- La sexualidad y la reproducción
- Los estados de ánimo y el comportamiento
- La presión arterial
- El neurodesarrollo y la inteligencia
Una niña se transforma en adulta
por la intervención de las hormonas, y…
Pues no, pero los disruptores
hormonales también están implicados en la pubertad precoz.
Este mecanismo de las hormonas no
es único de los seres humanos, sino que es el mismo que guía transformaciones
tan mágicas del reino animal como la del paso de un renacuajo a rana o sapo
adulto. Es más, las mismas hormonas T4 y T3 que intervienen en la metamorfosis
de los anfibios y los peces, a su vez también son esenciales en el cuerpo
humano.
Los seres vivos basamos nuestra
existencia en las relaciones químicas y las hormonas desempeñan su función, al
igual que las células, mediante mecanismos químicos. La ciencia que estudia la
composición material y los procesos químicos de los seres vivos es la
bioquímica.
La llave y la cerradura
La bioquímica es difícil de
entender y de explicar. No obstante, hay un ejemplo que expone Nicolás Olea en
“Libérate de tóxicos” muy esclarecedor para comprender el mecanismo químico, la
relación entre las hormonas y las células. La hormona debe pasar la barrera de
la célula, debe abrir la cerradura y penetrar hasta su núcleo para que se ponga
en marcha el mecanismo capaz de crear un tejido o cualquier otra función que
deba desempeñarse. Es como una llave
maestra perfecta capaz de abrir la puerta y activar el cambio adecuado.
Además, una misma hormona activará un cambio u otro dependiendo del tipo de
célula donde actúe.
A su vez, en conjunto, las
glándulas endocrinas que secretan las hormonas se reparten por todo el cuerpo y
digamos que se “influencian” entre sí, como un megacomplejo mecanismo de reloj
donde cada pieza tiene una parte fundamental de participación en una
interacción continua. Como cualquier
mecanismo de precisión, el sistema endocrino es sensible y delicado, y si
tenemos a un energúmeno o varios metiendo palitos en las ruedas del reloj
continuamente, seguro que al final atrasa la hora, la adelanta o directamente
las agujas quedan paradas.
Los energúmenos son los disruptores hormonales; los que los permiten, los apoyan (por pasiva o activa) y los que se lucran con ellos igual es mejor que vosotros mismos les pongáis calificativos.
Bibliografía
Gamboa,
Fuentes, N. 2014. DDT, una
revisión histórica. Revista de Química
PUCP, 28.
Olea, N. 2019. Libérate de tóxicos. RBA Libros, S. A. Barcelona.
Papalou O,
Kandaraki EA, Papadakis G & Diamanti-Kandarakis E. 2019. Endocrine Disrupting
Chemicals: An Occult Mediator of Metabolic Disease. Frontiers in Endocrinology, 10.
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