Exposición a los disruptores
hormonales en fetos y niños
Una de las características de las
sustancias químicas que actúan como disruptores hormonales es que la exposición
a ellas durante los períodos críticos y sensibles del desarrollo (feto,
infancia, pubertad, menopausia) puede afectar a los individuos haciéndolos más
propensos a padecer un extenso abanico de enfermedades (Schug et al. 2011; Tabb & Blumberg 2006). En efecto, los disruptores hormonales
pueden provocar cambios sutiles en la expresión de los genes y los procesos
moleculares biológicos, acabar alterando así el desarrollo y llegar a producir
una disfunción de larga duración (Papalou et
al. 2019).
¿Cómo lo
logran?
El epigenoma son todas aquellas
sustancias químicas que le dicen a los genes, actores básicos intervinientes en
mil procesos que se dan en nuestro cuerpo, que deben hacer, donde y como. En principio, estas sustancias
químicas, eran de origen natural. Pero desde la entrada en acción de los
disruptores hormonales químicos de origen artificial (las sustancias creadas
por la especie humana), ellos también pueden jugar el partido como titulares. Al
hacerlo contribuyen negativamente, alterando el epigenoma en las células
sexuales (células germinales) que son las encargadas de transmitir los genes a
la siguiente generación, y por tanto los cambios llegan hasta la siguiente
generación (Crews & McLachlan 2006).
El problema de
los disruptores hormonales es tan siniestro que una de las exposiciones más importantes
para los niños a estos contaminantes es precisamente a través de la madre, ya
que las sustancias químicas persistentes acumuladas en la grasa de esta, pasan
al niño durante el embarazo y también mediante la leche materna (pág. 302 en
Olea 2019).
Durante el
primer embarazo las mujeres transfieren al feto más del 50% de los
contaminantes acumulados en su cuerpo (pág. 114 en Olea 2019). Olea (2019) nos
explica en las páginas 117 y 118 que la exposición de la madre a los
disruptores hormonales incide en el feto (el hijo/la hija), y aún peor, en la
descendencia del feto (es decir, el nieto o nieta), ya que las células
germinales de este también quedarán expuestas. Las células germinales son
aquellas que incluyen el material genético que heredará la próxima generación
(el nieto o nieta).
Recuerda a la
peli Regreso al Futuro pero sin final
feliz.
En esta línea,
uno de los casos más sonados y bien documentado que se hizo bien popular fue el
del DES (Diethylstilbestrol) que se prescribió a multitud de mujeres
embarazadas para prevenir abortos (y por otros “supuestos” fines) y causó
tantos problemas de salud…entre ellos el cáncer de mama en las hijas (Newbold
2004). El DES fue objeto de diversos estudios, en humanos y animales, y también
se describió que predisponía a la obesidad a la descendencia una vez se
encontraban en la edad adulta (Hatch et
al. 2015; Newbold et al. 2009) ¿No es una maravilla? Es algo genial
porqué décadas después vete a buscar culpables e indemnizaciones…han prescrito
o han muerto, o a los encargados de ajustar las cuentas no les da la gana de
complicarse la vida.
Obviando toda
esta mochila que ya de entrada le damos al retoño antes de salir al mundo, una
vez que salga del vientre materno, en caso de necesitar ayuda de cuidados
intensivos…le espera otra dosis de exposición en un centro de salud. Un estudio detectó que el Bisfenol A estuvo
presente en el 65% de los artículos de las unidades de cuidados intensivos
pediátricos de los recién nacidos (pág. 209-2010 en Olea 2019), incluidos los
chupetes. Después el recién llegado al mundo continuará a lo largo de toda su
vida sumando y sumando exposiciones a BPA y a otros disruptores. Y es que los
niños españoles y los europeos mean, por ejemplo, BPA cada día (pág. 239 en
Olea 2019), otro logro del progreso.
Claro que esto
¿En qué se puede traducir?
En el mismo
libro, Nicolás Olea menciona la asociación que habían descubierto en Barcelona
unos investigadores entre la presencia de BPA en la orina de las mujeres
embarazadas y el riesgo de la descendencia a sufrir asma e infecciones respiratorias
(pág. 240 en Olea 2019). No penséis los
de otras regiones que estáis a salvo, la globalización hace común lo malo así
que aproximadamente el 93% de los norteamericanos tienen niveles de BPA en la
orina (Papalou et al. 2019).
Otras evidencias científicas del
efecto transgeneracional del BPA incluyen, además de los estudios en personas,
los de exposición de animales en laboratorio. Por ejemplo, se ha estudiado la
exposición transgeneracional del BPA induciéndola en ratones y la exposición en
las madres se asoció con la disfunción mitocondrial y los niveles de citoquinas
proinflamatorias en el páncreas de los machos descendientes a lo largo de dos
generaciones (Bansal et al. 2017).
Otros estudios con ratones, sobre
exposición de los fetos a BPA, dieron lugar a alteraciones en genes que tienen
que ver con el cáncer de próstata (Ho et
al. 2006; Tang et al. 2012).
También con ciertos plaguicidas se han realizado experimentos en ratones, dando
lugar a evidencias científicas de alteración en las siguientes generaciones.
Son ejemplos del riesgo para las próximas generaciones de ciertos disruptores
hormonales…
y los seres humanos tenemos una
capacidad superior de almacenaje de contaminantes, ya que vivimos muchos más
años que los roedores.
La relación de los plaguicidas y
otras fuentes de disruptores hormonales con la orquidopexia (que uno o dos
testículos se queden suspendidos, fuera del saco escrotal), con la pérdida de
calidad seminal y con la alteración de los niveles de testosterona ha sido motivo
de investigación de diversos científicos en latitudes europeas muy alejadas
entre sí, con resultados que apuntan en una misma dirección (pág. 175-186 en
Olea 2019). El problema no es si el niño es más o menos varonil, es que la
alteración de los niveles de las hormonas acaba teniendo unas repercusiones en
cascada en el organismo que seguro que no son gratuitas y acabaran incidiendo
en la salud de ese ser humano.
Olea (2019) nos cuenta que la OMS clasifica los
PFAS/PFOA bajo sospecha de ser cancerígenos, tóxicos para la reproducción y
nocivos para población vulnerable (niños, etc.). Uno de los artículos
cotidianos con los que se contribuye a la absorción de estos contaminantes por
parte del organismo son las sartenes, recubiertas por estas sustancias para evitar
la adherencia de la comida. Que sepáis que hay alternativas, ollas y sartenes
sin sustancias con conocida capacidad nociva para la salud, por ejemplo de cristal,
pirex, hierro colado (sin esmaltes nocivos), etc.
Olea (2019) remarca en las
páginas 350-351 la importancia de los primeros 1000 días, desde el inicio del
desarrollo de la nueva vida hasta el segundo año de edad. Una etapa, nos cuenta, en la
que el cerebro es capaz de activar y desactivar mil conexiones neuronales por
segundo…¡¡a los 3 años el cerebro es el doble de activo que el de un adulto!!
Un infante es asombroso
¡Cuesta hasta de imaginar tal
capacidad!
Después de todo lo que si sabemos
¿Vamos a dudar de lo que puedan
representar para su futuro los impactos que le estamos preparándoles en
herencia?
Ante la cada vez más
insignificante duda sobre la inocuidad de determinadas sustancias
¿Vamos a continuar mirando hacía
otro lado?
El cáncer y los disruptores
hormonales
Los cánceres relacionados con las
hormonas son otro de los grandes problemas de salud modernos que se asocian a
los disruptores hormonales. No me voy a extender con ello todo y que esta
temática ha generado multitud de trabajos científicos que apuntan nuevamente a
la disrupción hormonal de sustancias químicas artificiales.
El efecto de los pesticidas y
otros químicos hace ya tieeeempo que está descrito en la bibliografía
científica. Olea (2019) menciona por ejemplo un trabajo (López-Abente 1990) en
el que se índica una probabilidad mayor de los agricultores españoles a padecer
una muerte debida a unos determinados tipos de cáncer (estómago, leucemia,
linfoma no Hodgkin y tumores cerebrales).
Y bueno, a estas alturas de la
película hace falta casi ser memo para creerse que la culpa de todo es del
código genético cuando tantos estudios e investigadores han revelado al mundo
que es el código postal (las exposiciones a tóxicos del lugar donde vives) y
también tú ocupación laboral quiénes mejor explican el cáncer que sufrirás.
Quién desee aumentar su nivel de
conocimiento respecto la asociación entre el código postal y la incidencia de
cada tipo de cáncer en España, puede consultar López-Abente et al. (2014).
Entonces
¿Por qué se empeñan en insistir
en el código genético como clave para la lucha contra el cáncer?
Toda esta historia de achacar
todos los males modernos en aumento al código genético tiene un punto muy en
línea con el DETERMINISMO de la religión monoteísta. Porqué si todo está
escrito en los genes (la enfermedad que vamos a sufrir, etc.).
¿Para que ponerse a cambiar
hábitos de producción de las industrias y otras fuentes de exposición a agentes
tóxicos?
Alea jacta est, nuestro
destino está escrito, no nos metamos en líos, no nos hagamos daño entrando en
conflicto con los grandes intereses de las industrias. Por supuesto, mirar
cuales son los contaminantes que alteran la expresión genética, eso siempre va
a ser un camino lleno de minas, abrupto y sin facilidades.
Por el contrario, zambullirse en el
determinismo genético, ahí si que hay pasta para investigar y una autopista sin
límites de velocidad.
Bisfenol A (BPA)
Como estrella invitada dedico un
apartado a esta maravilla del ingenio humano. El Bisfenol A es reconocido como estrógeno sintético desde 1936 (pag.
234 en Olea 2019). Se viene conociendo su capacidad de alterar el
equilibrio hormonal en el individuo expuesto y su descendencia desde hace
muuuucho.
- La EPA (Agencia Americana del Medio Ambiente) clasifica los efectos de las emisiones procedentes de la fabricación de BPA como materiales peligrosos que pueden afectar al sistema nervioso y los órganos causando cáncer, además de desórdenes reproductivos y defectos de nacimiento (pág. 237 en Olea 2019).
- La Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas lo considera “Tóxico para la reproducción” (pág. 242 en Olea 2019).
- El año 2017 el BPA se incluye en la Lista Europea de sustancias de muy alta preocupación porqué también se considera oficialmente un disruptor endocrino (pág. 242 en Olea 2019).
Por cierto, la
quema de plásticos puede generar BPA a la atmósfera (incineradoras, plantas que
consiguen energía con la combustión de residuos, y quemas de particulares en
huertos y demás). Pensad que el BPA se encuentra en muebles e infinidad de
artículos…lo digo por la manía de quemar cualquier tipo de madera en los
huertos.
Reitero, no es el único químico
artificial que anda relacionado con muchas de las patologías emergentes…pero
está en todos lados y hay una gran colección de evidencias científicas que lo
señalan como culpable.
En la próxima
entrega tocaré el tema de la evaluación toxicológica de las sustancias, ese
paso previo para poder utilizar un químico de forma legal en la fabricación y
comercialización de productos. Veréis como nos podemos sentir tranquilos…
Bibliografía
Bansal A, Rashid, C., Xin, F., Li, C., Polyak, E., Duemler,
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Devel Orig Health Dis., 6.
López-Abente,
G. 1990. Cáncer en agricultores:
mortalidad proporcional y estudios caso-control con certificados de defunción.
Tesis doctoral. Universidad
Autónoma de Madrid. Facultad de Medicina; Universidad Autónoma de Madrid.
Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública.
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G., Aragonés, N., Pérez-Gómez, B., Pollán, M., García-Pérez, J., Ramis, R.
& Fernández-Navarro, P. 2014. Time trends in municipal distribution
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