La diabetes, la resistencia a la
insulina y la obesidad
La diabetes (tipo
1 y 2) y la obesidad serán la mayor causa de muerte en el año 2030 (Mathers
& Loncar 2006).
Es innegable la tendencia de los individuos en el mundo occidental a pesar
más que hace dos o tres décadas atrás, aunque la actividad física y la ingesta
calórica sean iguales (Brown et al.
2016). Efectivamente, el auge moderno de la obesidad no es explicable solamente
teniendo en cuenta la ingesta de calorías (la dieta) y el sedentarismo (la
falta de actividad física), y es bien conocida su relación con una serie de
sustancias químicas que pueden provocarlo (Papalou et al. 2019).
No quisiera que sirviera de excusa para inflarnos de
churros, bollería industrial, carnes y grasas, servir de estructura para que
las arañas tejan sus telas en el sofá…y después echarle toda la culpa de las lorzas,
el colesterol y el azúcar a las sustancias químicas.
¿Ok?
Hay que comer equilibrado y sano, pero eso también incluye minimizar la presencia de los
disruptores en la comida y la bebida.
El
incremento de la obesidad y la enfermedad metabólica está correlacionada y se
solapa con la generación de disruptores hormonales y la extensión de su uso
(Baillie-Hamilton 2002; Neel & Sargis 2011). Los disruptores hormonales se
asocian con el aumento del riesgo de padecer diabetes y obesidad y aquí os
pongo dos de los culpables para los que se han publicado más evidencias
científicas en este sentido.
- Bisfenol A (Aeplakorn et al. 2015; Ahmadkhaniha et
al. 2014; Alonso-Magdalena et al. 2006; Batista et al. 2012; Sabanyagam
et al. 2013; Shankar & Teppala
2011; Stahlhut et al. 2009; Sun et al. 2014).
- Ftalatos (James-Todd et al. 2012 y 2016; Lind et
al. 2012; Kim et al. 2013;
Smerieri et al. 2015; Sun et al. 2014; Stahlhut et al. 2007).
Aparte
del bisfenol A y los ftalatos, hay otros disruptores hormonales capaces de
hacernos engordar mediante su efecto en el organismo. A todas estas sustancias químicas se les llama obesógenos; por
poneros otros ejemplos: DDT, PFAS/PFOA
(perfluoralquilos; sartenes), TBT
(tributilo de estaño; se utiliza en barcos y barquitos), etc.
En total, se conocen unos 20 químicos
ambientales capaces de actuar como obesógenos (Papalou et al. 2019). Pensad en las
combinaciones, la amplia utilización (estamos rodeados) y en que la lista sigue
creciendo…el progreso nunca para.
Los
mecanismos, el como pueden lograr provocarnos problemas de salud, es motivo de
profundo y complejo estudio. La bioquímica no es para nada fácil y menos cuando
no se puede experimentar, lógicamente, de forma "oficial" y "alegremente" en humanos.
Ahora es cuando toca hablar
de la homeostasis energética. La homeostasis energética es un
mecanismo de nuestro cuerpo que mantiene un equilibrio entre la ingesta de
alimentos (materia prima para fabricar la energía) y el gasto de energía…durante
las Navidades este equilibrio no funciona nada bien, sin que haya relación
demostrada con los disruptores.
Para que funcione bien la
homeostasis energética diferentes jugadores deben actuar coordinadamente: el
hígado, el páncreas, el tejido adiposo, el cerebro, el intestino y la glándula
tiroidea.
Si el defensa le pasa la pelota
al portero mientras este bosteza, quizá le marque un gol en propia puerta.
Los deportes de equipo requieren
una sintonía, una coordinación.
De
forma que tenemos varios jugadores donde los disruptores podrían actuar y
provocar una enfermedad metabólica relacionada con la homeostasis energética.
Papalou et al. (2019) llevaron a cabo
un trabajo de revisión y síntesis de los mecanismos a través de los que esto
sería factible teniendo en cuenta los diferentes “jugadores”, y para quien
quiera saber más, es de descarga gratuita. Descrito
por la ciencia, está.
La
exposición a ciertos obesógenos durante las fases sensibles del desarrollo (p.
ej. del embrión) podría dar lugar a la obesidad en niños y adolescentes (pág.
306-307 en Olea 2019). No es que esos químicos alteren la estructura del ADN y
produzcan una mutación que de lugar a una obesidad en el futuro, sino que pueden
variar la expresión del ADN en cuanto al desarrollo de las células grasas en
las siguientes generaciones.
Son lo que se
denominan cambios epigenéticos, cambios
en la expresión de los genes.
¿Cuántas
veces oímos hablar de que si la abuela, el padre, el tio tuvieron el mismo
problema de salud?
Algunas veces
la culpa de una patología podría atribuirse a los genes pero otras puede que el mismo disruptor
que actúo sobre la abuela haya pasado de su generación a las dos siguientes (hijo/a y nieta/o),
altere la expresión de los genes y cause el problema de salud (epigenética).
La
epigenética saldrá de lleno en próximos capítulos y entenderéis mejor todo este
meollo.
Los
mecanismos bioquímicos mediante los que los disruptores ejercen un efecto
negativo sobre el sistema inmunitario y a su vez este provoca un problema
metabólico, se han ilustrado en muchos trabajos. Para tener una idea global de
ello, existe un trabajo de revisión extenso y recomendable, si tenéis paciencia
y tiempo disponible que destinar a su lectura (Bansal et al. 2018, tenéis la referencia completa en el apartado de Bibliografía).
Y…¿Qué tiene
que ver todo esto con la diabetes, la resistencia a la insulina o la obesidad?
La exposición a los disruptores y
su relación con el estrés oxidativo y la inflamación son otro de los aspectos
señalados por los investigadores. No son pocos los estudios que ponen de
relieve que la exposición a los disruptores dañan la función mitocondrial en
los tejidos metabólicos, como el hígado (Khan et al. 2016) y el páncreas (Jiang et al. 2014), hecho que se asocia con un incremento del estrés
oxidativo (Cao & Kaufman 2014). A su vez, el estrés oxidativo puede degenerar en problemas metabólicos como la
resistencia a la insulina, la diabetes y la obesidad debido a la activación de
vías inflamatorias (Bansal et al.
2018).
El
balance entre la anti-inflamación y la pro-inflamación es un proceso de nuestro
cuerpo en el que intervienen las
citoquinas (unas proteínas), y está relacionado todo ello con la homeostasis y el sistema inmunológico.
Si este balance no funciona correctamente puede inducir un problema en nuestro
metabolismo. La pro-inflamación es conocida
que desencadena resistencia a la insulina e intolerancia a la glucosa
(Bansal et al. 2018).
Existe
una relación supercompleja a nivel bioquímico y celular continuamente en
nuestro interior para que absolutamente todo funcione bien, y fruto de esto cualquier
pequeño fallo crónico en el funcionamiento del sistema inmune, por ejemplo, comporta
unas graves consecuencias. En la
diabetes del tipo 1 las células T (del sistema inmunitario) protagonizan un
ataque sobre las células β, las células de nuestro páncreas encargadas de
segregar la insulina.
¿Recordáis
aquello del juego en equipo?
En
su importante publicación de revisión y síntesis, Bansal et al. (2018) remarcan que los experimentos en animales señalan que
la exposición a disruptores hormonales, a lo largo de etapas cruciales del
desarrollo del embarazo y la lactancia, podría repercutir negativamente en el
desarrollo del sistema inmune de las crías y acabar desembocando en efectos
sobre la salud a largo plazo. Adicionalmente, parte importante de los artículos
que reseñan Bansal et al. (2018) en
esta línea describen un desequilibrio entre las respuestas inmunes
proinflamatorias y anti-inflamatorias, derivando en efectos negativos varios.
Y si esto
ocurre en estudios con roedores
¿A los humanos
no nos pasa nada?
Para los escépticos, cabe señalar
que en estudios realizados en laboratorio en los que se exponían células
humanas a Bifenilos policlorados (PCBs)
y a Bisfenol A (BPA) también quedaba
clara una repercusión en cuanto a la proinflamación y una relación sobre la
sensibilidad a la insulina (Ariemma et al.
2016; Kadowaki et al. 2006; Valentino
et al. 2013; Wang et al. 2010). Bansal et al. (2018) acaban concluyendo que la
suma de evidencias científicas de estudios con células humanas in vitro indica que la exposición a
disruptores se asocia al deterioro del metabolismo, la sensibilidad a la
insulina y la secreción de insulina….habiendo una potencial relación con el
balance de las citoquinas anti y proinflamatorias.
Yo, como gorrión común macho ¿Soy inmune a los PCBs y todas esas sustancias que lleváis utilizando durante décadas?
Pues parece que los machos de gorrión sufren una alteración a nivel estético...uno de los efectos relacionado con el sistema hormonal. A las hembras les puede afectar la homeostasis relacionada con las hormonas esteroideas (Nosse et al. 2016).
Aunque si queréis profundizar sobre efectos en aves y vertebrados en general, esta vez de los plaguicidas pertenecientes al selecto grupo de los neonicotinoides, conocidos por sus virtudes de disrupción hormonal en la fauna (abejas, entre otros)...es interesante echar un ojo a un muy potente trabajo (Gibbons et al. 2015).
Luego escuchas en medios de información por parte de ciertas asociaciones y científicos que no se conocen las causas concretas de la desaparición de los gorriones y otras aves asociadas a ambientes agroganaderos...que hay que investigar más (insert coin) y blablabla.
Después de esta breve desconexión, sigo con el tema principal. En ratones se han llevado
bastantes estudios en cuanto a las repercusiones del BPA focalizando la
atención en efectos relacionados con la insulina, la glucosa, etc. Para los
abogados del diablo que salgan con aquello de “pero son ratones, en humanos
quizá no sea así”…en americanos adultos
se encontró correlación entre la cantidad de BPA en orina y el exceso de
glucosa en sangre (hiperinsulinemia) y la resistencia a la insulina,
especialmente en hombres (Beydoun et
al. 2014).
El arsénico,
contaminante típico del agua de boca “en nuestros tiempos”, puede deteriorar la
secreción de insulina (Papalou et al. 2019) y estudios epidemiológicos,
que son los que buscan factores asociados a los problemas de salud (lo
prioritario, que no se hace cuanto se debe), encontraron un vínculo entre el
arsénico y la diabetes, pero subrayando la secreción de la insulina como el problema
de trasfondo más que la resistencia a la insulina (Rhee et al. 2013).
Una vez una nutricionista me dijo
que el arsénico era un contaminante que se encontraba en la tierra y los
alimentos de forma natural, que era mejor lavar bien los alimentos, y muy particularmente
el arroz una vez cocido. Su consejo me gustó, lo que me fastidió es que no
aceptara mi réplica fundamentada en relación a que los niveles altos de
contaminación por arsénico no son naturales por norma general, sino propiciados
por la especie humana.
¿Os suenan los plaguicidas
arsenicales por ejemplo?
El uranio lo podemos encontrar de
forma natural en la Tierra y eso no quiere decir que el accidente nuclear de
Chernóbil fuese natural.
Ateroesclerosis cardiovascular
La ateroesclerosis cardiovascular
y los problemas derivados (de corazón, trombos, enfermedad renal, ictus, etc.)
son hoy en día la principal causa de mortalidad y enfermedad en el mundo entero
(Roth et al. 2015).
Respecto la intervención de los
disruptores hormonales en estos problemas de salud, la ciencia ha descrito que los niveles de PCBs (Policlorobifenilos)
están asociados con las placas ateroescleróticas en la vejez (Lind et al. 2012).
También el
Bisfenol A (BPA) se ha demostrado que está asociado a la aterosclerosis (Lind & Lind 2011; Melzer et al. 2012; Shankar et al. 2012) al igual que los ftalatos. Estas asociaciones son independientes de
los factores de riesgo que sí que nos mencionan la tele y los médicos (el peso,
la presión sanguínea, la actividad física, etc.)…claro, son los factores
“amables” que los poderosos si aceptan que se divulguen porqué, al fin y al cabo…
la culpa de todo ¿Quién la tiene?
El ciudadano (comemos mucho, no
hacemos ejercicio, fumamos, bebemos, no dormimos suficiente, etc.)
El resto, toda la mierda que
permiten que se cuele en nuestro organismo, no importa.
No os perdáis la próxima entrada,
dedicada a los disruptores hormonales y las enfermedades inflamatorias del
intestino.
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