Llega el verano y se producen las típicas migraciones desde las ciudades importantes de la provincia de Barcelona hacia Gósol. De unos 200 habitantes empadronados se pasa a los 1000 largos entre segundas residencias, camping y otros alojamientos turísticos, aunque Gósol tan solo cuente con los recursos y medios para gestionar (a medio gas) una población de 200 habitantes.
Gósol se sitúa a 47 minutos de la comisaria más cercana
de los Mossos d’Esquadra y no dispone de policía local, al igual
que el resto de los pueblos vecinos (Saldes, Josa i Tuixen, Vallcebre,
Gisclareny, etc.) en un radio de decenas de kilómetros.
Si bien años atrás estos pueblos de montaña eran un
oasis, alguno de ellos gracias a los intereses privados de los nuevos negocios que se han
ido implantando y a que sus propietarios han metidos sus zarpas en la política
local (ocupando cargos políticos inclusive) se ha transformado en un artefacto
turístico sobredimensionado y sin armonía, en una máquina que produce ingentes
cantidades de dinero para unos pocos a costa de la calidad de vida de sus
habitantes.
Además del salto cuantitativo, en los últimos tiempos se
ha producido un fenómeno que ha ocasionado un cambio cualitativo. El Covid
provocó que el quinqui (en su acepción menos literal) y el gárrulo incívico
descubrieran masivamente la montaña. Estas formas primitivas de vida
percibieron que en estos lugares podían hacer más holgadamente lo que les daba
la puta gana sin tener que temer a ninguna autoridad, sin ningún freno. Salvando
las distancias guarda cierta similitud con el descubrimiento de las Américas
por parte de los europeos y la relación “amigable” que establecieron con los
nativos.
En Gósol, debido a que nadie a escala política ha puesto
interés en cumplir sus funciones desde los diferentes estamentos de las
administraciones públicas, el efecto de llamada de los quinquis y gárrulos
(aquí no pasa nada, etc.) ha dado sus frutos y, actualmente, la proporción de
estos debido al reclutamiento social se ha multiplicado exponencialmente.
Lógicamente, a su vez, el incremento de esta cultura logra que parte de los cívicos
dejen de venir y busquen otros lugares donde pasar el verano tranquilamente,
sin sobresaltos, tensiones y conflictos…y muchos otros todavía están aquí,
aguantando, todo y que te expresan su malestar creciente y, en próximos años, cambiarán
de destino. Es lo que os decía, el cambio cualitativo.
¿QUÉ HAY DE MALO?
De entrada, los caminos rurales que utiliza la gente
(gente mayor, familias con niños, etc.) para hacer excursiones dejan de ser
seguros debido a coches, quads, motos, buggies y etc. a altas velocidades. Este
año, cómo novedad, también hemos tenido hasta una agrupación excursionista de
St. Adrià del Besós yendo y viniendo del pueblo a su lugar de acampada con sus
furgonetas alquiladas de la empresa SIXT a toda mecha.
Por supuesto, tendremos suciedad y basuras por cualquier
lugar donde pare nuestra vista y, entre otros, los campamentos excursionistas
que antes eran un ejemplo de respeto por la naturaleza ahora (al menos en Gósol)
son otra cosa bien distinta (no todos, pero si bastantes).
Luego tenemos otra fuente de inseguridad. Es la afluencia de los quinquis/incívicos con sus perros. Por supuesto, los van a llevar sueltos y dado que suelen ser perracos (de razas peligrosas también) y los amos (¿quién imita a quién?) tienden por igual a la pelea y la agresión (sea verbal y/o física) acaban consiguiendo que la gente normal acabe saliendo con miedo y evitando gran parte de las zonas de paseo. Doy cuenta de unos pocos de los hechos que se han producido durante las últimas semanas:
- A un vecino le atacan las gallinas en su domicilio...una forma extraña de animalismo.
- A un ganadero le molestan a las vacas (cuando no las atacan) en los prados que están cercados para la ganadería.
- A otros que llevan su perro atado se lo atacan 5 perros sueltos de gente de fuera y se lo dejan fatal.
- Una pareja lleva su perro pastor alemán hembra siempre suelto por núcleo urbano (incluida la plaza del pueblo) y esta muestra una clara actitud agresiva hacía otros perros, aunque sean pacíficos y vayan atados y lejos de ella. Se les reprende educadamente su actitud y el hombre se pone agresivo e insulta enseguida al interlocutor.
Cuando avisas a los Mossos d’Esquadra por
algún altercado violento o incívico te atienden bien, pero te aclaran que son
pocos efectivos, tienen mucho trabajo y no saben cuando van a poder ir a Gósol atendiendo
que esta población, por añadidura, está lejos de su oficina. Evidentemente,
ellos no tienen la culpa de que nuestra clase política no quiera aumentar el número
de efectivos en épocas cómo esta, en la que en comarcas de veraneo del estilo
de la del Berguedà la población se multiplica por no sé cuántos números. Los
efectivos tienen que ajustarse al tamaño real de la población en cada momento
del año. Es de sentido común…eso de lo que carece nuestra clase política.
Lo que se produce, ni más ni menos, es una clara dejación
de funciones y obligaciones por parte de varias administraciones públicas (la
local y la autonómica) y ello conduce a una situación de inseguridad que va in
crescendo. Están
promoviendo la ley de la selva, la violencia, y no actúan hasta que se vierte
sangre.
Si uno se pone a ver los documentales de TV3 sobre los
sucesos de Tor y su historia más contemporánea, es fácil que vislumbre un
similar modus operandi de las administraciones públicas entre uno y otro
lugar. Son las administraciones públicas las que abandonan, a sabiendas de
lo que puede ocurrir, a los ciudadanos.
Evidentemente, cosas así sobre Gósol en TV3 o en el Regió7
no te las contarán porqué ahí los que tienen acceso para relatar son los
políticos (SuperWoman y etc.). En caso de ocurrir algo grave del estilo Tor ya se preocuparán
de no enfocar la desidia e inacción de las administraciones públicas y desviar
la atención hacía cómo era el vecino menganito y fulanito, empleando las
técnicas del Reality Show si es menester.
Entristece la falta de capacidad de reacción soberana de un pueblo para no perder el control de lo que quieren ser. La gente se indigna con cuatro palabras intercambiadas con el vecino, se lamenta, pero no va más allá. No existe un solo intento de acción social en grupo. Todo está perdido. O, tal vez, es que verdaderamente, en el fondo, quieran ser una dictadura del incívico.
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