viernes, 1 de enero de 2021

Hospital Clínic (la lista del Doctor X (III))

 

La SQM no es solo cuestión de narices.


Pesticidas, contaminantes atmosféricos, perfumes, plásticos, etc

Bell (1992) hace otras apreciaciones interesantes respecto a los problemas psicológicos y mentales, y su relación con los productos químicos artificiales:

Los investigadores psiquiátricos ya habían planteado la posibilidad de que la presencia de depresión mayor en ciertos pacientes indique una vulnerabilidad neuroquímica incrustada a ciertos químicos ambientales como los pesticidas organofosforados (Rosenthal & Cameron, 1991). Estos últimos agentes elevan los niveles de acetilcolina en el cerebro, un efecto que puede inducir depresión en personas susceptibles (Dilsaver, 1986).

Las personas propensas a la ansiedad también pueden tener defectos neuroquímicos inherentes que las hacen particularmente susceptibles a ciertas sustancias químicas ambientales. Por ejemplo, los medicamentos y ciertos pesticidas como el lindano que pueden antagonizar los receptores del neurotransmisor inhibidor ácido gamma-aminobutírico (GABA) tienen propiedades ansiogénicas aparentes en animales y humanos (Llorens et al., 1990), opuestas a las de los medicamentos contra la ansiedad como las benzodiazepinas. Dager et al. (1987) han planteado la hipótesis de que la exposición ocupacional a solventes podría inducir un trastorno de pánico, posiblemente activando un proceso de encendido en el sistema límbico.

Bell (1992) refiere un trabajo de los 70s que vincula alteraciones del comportamiento a contaminantes. Bokina et al. (1976) informaron de un modelo de conejo de intolerancia a contaminantes ambientales a dosis bajas y que bajas concentraciones de contaminantes combinadas con una carga funcional (luz intermitente rítmica) desencadenaban una actividad paroxística anormal en el bulbo olfatorio y la amígdala corticomedical después de una exposición inicial a altas concentraciones de los mismos contaminantes. Además, Bokina et al. (1976) hallaron alteraciones en los potenciales evocados visuales durante la exposición crónica a bajas concentraciones de formaldehído y ozono. Los potenciales evocados son pruebas en las que se somete a pacientes, y también a animales de laboratorio, a una serie de estímulos y se registra la respuesta cerebral desencadenada.

Fijémonos, pues, que la acción de los contaminantes atmosféricos en la conducta ya se investigaba en los años 70s con datos preocupantes sobre sus efectos y los plausibles mecanismos de acción, lo que llevó en parte a postular las hipótesis que relacionaban esta huella planetaria de los humanos con la SQM. Las investigaciones continuaron durante los 80s y los 90s, y algunas de ellas son recogidas por Bell (1992) en los siguientes párrafos.

Lorig y sus colegas (Lorig y Schwartz, 1988; Lorig et al., 1988; Lorig, 1989; Lorig et al., 1990; Lorig et al., 1991) realizaron una serie de estudios sobre los efectos de los olores de baja concentración sobre las respuestas electroencefalográficas, el estado de ánimo y la actividad cognitiva en sujetos humanos normales (Lorig et al., 1990; 1991). Sus hallazgos sugerían que los olores químicos por debajo del umbral olfativo (es decir, que son conscientemente indetectables) producen, no obstante, distintas respuestas electroencefalográficas, empeoramiento del estado de ánimo y peor rendimiento en una tarea de búsqueda visual (Lorig et al., 1991).

Lorig et al. (1991) también examinaron los potenciales evocados durante una prueba común de atención auditiva y observaron un aumento de la amplitud de la onda P200 de la línea media incluso a una baja concentración no detectada de un componente de perfume común (galaxólido). Los hallazgos del P200 indicaron que incluso los productos químicos no detectados en el aire pueden tener una influencia disruptiva en los procesos de atención. Además, en otra investigación, informaron que la actividad de la frecuencia alfa del EEG en el hemisferio izquierdo era menor y la actividad beta del EEG mostró una mayor diversidad espacial entre las regiones posterior y anterior durante la respiración nasal que durante la respiración bucal del aire de la habitación interior sin filtrar (Lorig et al., 1988). Llegaron a la conclusión de que los olores no detectados en el aire interior inhalado a través de la nariz ejercen un efecto distinto sobre la función cerebral fuera de la conciencia o los cambios debidos a la percepción sensorial (Lorig et al., 1988). Por lo tanto, a pesar de la ubicación subcortical del sistema olfativo, sus amplias conexiones con el prosencéfalo proporcionan el sustrato neuroanatómico y neurofisiológico para los efectos generales de los niveles bajos de sustancias químicas ambientales en el EEG y los comportamientos regulados por el sistema límbico.

Bokina et al. (1976) además observaron cambios en los parámetros de la respuesta primaria y secundaria de los potenciales evocados visuales que eran indicativos de los procesos inhibitorios corticales. Los procesos inhibitorios son algo así como el control que se tiene para evitar los actos automáticos y tener un comportamiento derivado de la atención (concentración) y el razonamiento. Describieron que en experimentos humanos la inhalación reiterada de concentraciones subsensoriales (no detectables por nuestros sentidos) de disulfuro de carbono perturbó la ejecución de movimientos de fina coordinación (escritura, ejercicios aritméticos).

En definitiva, los efectos negativos de los contaminantes sobre el cerebro, el sistema nervioso, etc., es un aspecto estudiado clásicamente a lo largo de la historia y la bibliografía técnica que lo prueba, abunda. Tienen la capacidad de hacernos más tontos, más torpes, más débiles, más primitivos…¿Ayuda todo ello a que consumamos más y/o demos menos problemas? Apuesto a que sí.

Daos cuenta de que la revisión de Bell (1992) es un trabajo incluido en la lista del Doctor X y en él se desgrana un conjunto de experiencias y evidencias científicas, y de argumentaciones, publicadas en revistas indexadas, que dan consistencia a la hipótesis del origen orgánico de la SQM. Lejos de contemplar la duda razonable, el Doctor X y el Hospital Clínic se decantan firmemente por las hipótesis psicogénicas, y no tienen ningún complejo al plasmarlo en documentos oficiales, sea en recomendaciones o en un informe diagnóstico, y tampoco rectifican su actitud cuando se hace una crítica fundamentada en la literatura técnica.

Ante la duda objetiva del mal que se puede provocar al enfermo, tenemos que hacer un acto de fe ciega y creer en ellos a pie juntillas. 

Eso no es ciencia, es otra cosa.

Elberling et al. (2007) llevaron a cabo un experimento de exposición a perfume comparando un grupo de pacientes con asma y alergia al contacto con estas sustancias y otro grupo sin este problema. Los resultados indicaban un aumento de liberación de la histamina de los basófilos cómo respuesta a la exposición en el grupo de pacientes con asma y alergia.

La histamina es uno de los parámetros alterados entre enfermos de Síndromes de Sensibilización Central (SSC). Desde un tiempo hasta ahora los valores de histamina por encima de lo normal han servido para que saliera ese artefacto pseudocientífico del Déficit de DAO (Diaminoxidasa) como pretendida explicación a toda la sintomatología y cuadro de patologías del enfermo. Pacientes diagnosticados de Déficit de DAO perdieron el tiempo, la salud y el dinero por ello (suplementos de laboratorio, etc.), y después de sufrir y empeorar durante años resultó ser que eran enfermos de SSC. La histamina era un parámetro alterado más de todo el cuadro global de su enfermedad sistémica.

El conjunto de evidencias que fortalecen la hipótesis del origen orgánico es extensible al ADN. En diversos estudios se encontró que los enfermos de SQM diferían más de un 1% en la secuencia genética del ADN (polimorfismo genético) respecto a las personas que no lo sufren (La Du et al. 2001; McKeown-Eyssen et al. 2004; Furlong et al. 2005; Schnakenberg et al. 2007; Muller & Schnakenberg 2008). A escala metabólica, De Luca et al. (2019) evidenciaron una diferencia entre los enfermos de SQM y el resto de la población (inhibición de la expresión/actividad de enzimas metabolizantes y antioxidantes).

Actualmente, está aceptado por la comunidad científica que la respuesta monotónica no es válida para todas las sustancias y que buena parte de ellas a niveles extremadamente bajos son capaces de producir un efecto negativo en el sistema inmune y endocrino. Con anterioridad, en los posts agrupados en Los disruptores hormonales, traté sobre la epigenética y toda esta cuestión. Es de sobras aceptado por la ciencia que ciertas enfermedades no se manifiestan si no interviene un elemento concreto que determina la expresión del gen involucrado. Es decir, sin ese digamos estimulante de la expresión del gen posiblemente la enfermedad no se desarrollaría, y la eliminación de ese desencadenante podría hacer disminuir el problema de salud (Genuis 2008). En cuanto a ello, la ciencia ha reflejado suficientemente el peso de las sustancias químicas artificiales cómo agentes desencadenantes.

A lo largo de las últimas décadas se ha intensificado exponencialmente la preocupación y la alarma por el impacto del plástico en los ecosistemas, en la biodiversidad y en la especie humana. Tenemos al plástico en el agua que bebemos, en el mar, en lo que comemos y ya forma parte de nuestro cuerpo. Nos caracterizamos por invadir el mundo de plástico, un derivado del petróleo, en una línea ascendente, y el mundo nos lo devuelve. Los científicos denominan a nuestra época cómo el Plásticoceno y seguimos igual, nos gusta.

El plástico se disgrega en micropartículas y nanopartículas, fragmentos tan diminutos que tienen la capacidad de traspasar las membranas celulares y alojarse dentro. Pese a las grandes dificultades técnicas que comporta el estudio de las nanopartículas de plástico, la ciencia experimental ha logrado avanzar tanto como para probar diversos efectos negativos en los organismos vivos (p. ej. Brandts et al. 2018):

  • Daños en el ADN
  • Estrés oxidativo
  • Pueden aumentar la toxicidad de otros contaminantes

Los microplásticos en los humanos pueden producir citotoxicidad, hipersensibilidad, respuestas inmunes no deseadas, respuestas agudas cómo la hemólisis (Hwan et al. 2019). Si os apetece profundizar, hay revisiones recientes sobre sus efectos en nuestra salud (Campanale et al. 2020, Teles et al. 2020). Teles et al. (2020) nos explican que las nanopartículas de plástico pueden producir alteraciones en la absorción de nutrientes, reacciones inflamatorias en el revestimiento intestinal, cambios en la composición y funcionalidad del microbioma intestinal, efectos en el metabolismo y la capacidad de producción de energía del cuerpo y alteraciones en las respuestas del sistema inmune. La exposición a largo plazo y la acumulación transgeneracional podría provocar cambios en el genoma, hecho testado en experimentos con animales (Teles et al. 2020). A través de este enlace es consultable una reseña más extensa:

https://www.uab.cat/web/sala-de-prensa/detalle-noticia/los-nanoplasticos-alteran-el-microbioma-intestinal-y-pueden-afectar-la-salud-de-los-organismos-acuaticos-y-la-salud-humana-1345667994339.html?noticiaid=1345831651780

El párrafo anterior alumbra a unos de los culpables de muchos de los graves problemas de salud emergentes. Un enfermo de SSC se verá reflejado en él. Mientras tanto, el negacionismo seguirá anclado en su posición anacrónica, rancia y casposa, buscando estrategias con las que desviar la atención de la fuente de los problemas.

Siglos atrás sufrimos a la Santa Inquisición.

Actualmente, el oscurantismo no se escuda en la cruz sino en la ciencia afín a la industria.

¿Será eso de la colaboración público-privada?

Mucho de lo que se conoce del daño de los contaminantes en nuestra salud proviene de la experimentación con animales y in vitro en laboratorio, mediante la exposición controlada y medida, y aplicando avances tecnológicos que, por supuesto, para la asistencia sanitaria pública son sencillamente ciencia ficción. Es una obviedad, pero merece la pena comentar que el estudio profundo de los efectos de los contaminantes entendido cómo causa-efecto no se puede practicar en humanos, por limitaciones éticas (¿O vamos a exponer a personas en un laboratorio a cargas peligrosas de tóxicos para ver cómo reaccionan?). La industria y sus secuaces acostumbran a escudarse tras la falta de evidencias que demuestren el efecto negativo en humanos. Evidentemente, los mecanismos celulares de un pez (u otros vertebrados) y los humanos difieren muy poquito en muchos sentidos ¿No lo saben? Si que son ignorantes.

Luego es conveniente resaltar la tremenda limitación técnica que implica estudiar a una escala tan minúscula el efecto en células humanas o en animales de contaminantes de una forma profunda a corto, medio y largo plazo. Añadamos el efecto cruzado de diversas sustancias, la escalada de entrada en el mercado de nuevos tóxicos, y en formatos nuevos (nanotecnología, etc.). Todo ello representa un desafío tecnológico más allá de lo posible hoy en día.

El mal va más rápido que el bien y alcanza cualquier rincón.

Seguimos sufriendo personajes que niegan el origen orgánico de enfermedades que, por todas sus manifestaciones, su incidencia y las evidencias conocidas, son altamente sospechosas de haber sido provocadas por los contaminantes. Y lo hacen sin arremangarse, sin utilizar medios tecnológicos adecuados, sin tener ni pajolera idea de la sustancia que tocan, con una argumentación que es un insulto a la inteligencia.

Somos cada vez más los que sabemos que vamos muy mal y eso tendría que bastar. La realidad nos dice, sin embargo, que el año 2010 la demanda de plástico de la Unión Europea se estimó en 46,4 millones de toneladas, repartidos en dos tipos: los usados para la alimentación y los artículos de consumo, y los empleados en la construcción (PlasticsEurope 2013). La consecuencia de nuestro modelo de sociedad se traduce en que el mismo año entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas de plástico fueron a parar al océano (Jambeck et al. 2015).

Grob et al. (2006) consideraron que la mayor fuente de exposición de las personas a los contaminantes asociados con los plásticos (aditivos, etc.) es el plástico del envasado de los alimentos (botellas, bandejas, etc.). Y sólo una pequeña parte de los miles de sustancias que pueden presentarse en estos productos han sido objeto de pruebas exhaustivas en cuanto al potencial de alterar la salud humana (Claudio 2012).

Piensa en todo ello cuando vayas a comprar, se un consumidor y ciudadano inteligente.

Ganan millones y millones de euros poniendo en riesgo tú salud, la de tus hijos y el medio ambiente.

 

Bibliografía

Bell IR. 1992. Neuropsychiatric and biopsychosocial mechanisms in multiple chemical sensitivity: an oflactory-limbic system model. In: Multiple Chemical Sensitivities, National Academy Press, Washington DC.

Bokina, A.I., N.D. Eksler, A.D. Semenenko, and R.V. Merkur'yeva. 1976. Investigation of the mechanism of action of atmospheric pollutants on the central nervous system an comparative evaluation of methods of studyEnviron. Health Perspectives, 13.

Brandts, M. Teles, A.P. Gonçalves, A. Barreto, L. Franco-Martinez, A. Tvarijonaviciute, 2018. Effects of nanoplastics on Mytilus galloprovincialis after individual and combined exposure with carbamazepine. Science of the Total Environment, 643.

Campanale, C., Massarelli C., Savino I., Locaputo V., Uricchio VF. 2020. A Detailed Review Study on Potential Effects of Microplastics and Additives of Concern on Human Health. Int. J. Environ. Res. Public Health, 17.

Claudio, L. 2012. Food packaging and public health. Environmental Health Perspectives, 120 (6).

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